Y llegamos al ecuador de la Semana Santa sevillana. De nuevo, el barrio de la Feria y un gallo son los protagonistas. Jesús es negado hasta tres veces por la cobardía de San Pedro. Aires de la bahía surcan el espacio, para acariciar el bello rostro de la marinera de Sevilla. La que es patrona y vigía, de los hombres que se juegan la vida en alta mar.
Suspiros de lamento y pena se escuchan por Nervión. Es el Cristo de la Sed, que ante la negativa de los romanos a darle de beber, parece querer desenclavarse de la cruz, para que su Sevilla le de amor y fuerza en forma de agua bendita. Todo ello bajo un cielo de color Consolación.
San Bernardo cede cada jornada de Miércoles Santo a su Virgen del Refugio. Un altar ambulante, cuajado de velas rizadas, de claveles blancos y destellos de sol y luna.
Huele a barrio de San Vicente. Huele a Cristo del Buen Fin. Huele a jazmín y azucena. Recibida por una lluvia de pétalos, llega el salero de San Antonio. La gracia y el arte al andar. Sin complejos. Moviendo al son sus bambalinas. La Virgen de la Palma juega a ser niña por la Plaza de la Gavidia entre notas de terciopelo que van envolviendo sus juegos.
Qué carita tienes, Madre mía. Cuánto das a Sevilla, año tras año, y qué poco pides a cambio. De qué majestad estás dotada, cuándo no te descompones ni un momento al ver cómo delante tuya, van atravesando el alma de tu hijo con el frío y doloroso acero.
Dos rosas de un mismo barrio. Una se llama, Piedad. La otra, Caridad. Una llora entre cornetas de duelo. La otra, entre trompetas de algarabía. Una lleva a su Hijo muerto. La otra, se encarga de consolar a Sevilla, por la pérdida del Maestro.
San Pedro cobija a la Virgen de la mirada al cielo. La que no encuentra consuelo, al ver ya, a su Hijo muerto.
Nazareno misericordioso, San Vicente reza contigo en tu transitar. Campanilleros de las Siete Palabras, van acompañando a María de la Cabeza en su dulce y airoso caminar.
Calle Orfila. Jesús del Soberano Poder es prendido ante el clamor y la rabia del pueblo sevillano. Tras Él, Regla bendita. Que cierra la jornada un año más, con su paso de palio, siempre único y mágico.
Sergio Marchal.
Suspiros de lamento y pena se escuchan por Nervión. Es el Cristo de la Sed, que ante la negativa de los romanos a darle de beber, parece querer desenclavarse de la cruz, para que su Sevilla le de amor y fuerza en forma de agua bendita. Todo ello bajo un cielo de color Consolación.
San Bernardo cede cada jornada de Miércoles Santo a su Virgen del Refugio. Un altar ambulante, cuajado de velas rizadas, de claveles blancos y destellos de sol y luna.
Huele a barrio de San Vicente. Huele a Cristo del Buen Fin. Huele a jazmín y azucena. Recibida por una lluvia de pétalos, llega el salero de San Antonio. La gracia y el arte al andar. Sin complejos. Moviendo al son sus bambalinas. La Virgen de la Palma juega a ser niña por la Plaza de la Gavidia entre notas de terciopelo que van envolviendo sus juegos.
Qué carita tienes, Madre mía. Cuánto das a Sevilla, año tras año, y qué poco pides a cambio. De qué majestad estás dotada, cuándo no te descompones ni un momento al ver cómo delante tuya, van atravesando el alma de tu hijo con el frío y doloroso acero.
Dos rosas de un mismo barrio. Una se llama, Piedad. La otra, Caridad. Una llora entre cornetas de duelo. La otra, entre trompetas de algarabía. Una lleva a su Hijo muerto. La otra, se encarga de consolar a Sevilla, por la pérdida del Maestro.
San Pedro cobija a la Virgen de la mirada al cielo. La que no encuentra consuelo, al ver ya, a su Hijo muerto.
Nazareno misericordioso, San Vicente reza contigo en tu transitar. Campanilleros de las Siete Palabras, van acompañando a María de la Cabeza en su dulce y airoso caminar.
Calle Orfila. Jesús del Soberano Poder es prendido ante el clamor y la rabia del pueblo sevillano. Tras Él, Regla bendita. Que cierra la jornada un año más, con su paso de palio, siempre único y mágico.
Sergio Marchal.